Codigo Cifrado


Código Da Vinci

¿Dónde está Langdon? —preguntó Fache al volver al puesto de mando, soltando el humo de la última calada de su cigarrillo. —Sigue en el servicio de caballeros. —El teniente Collet llevaba un rato esperando aquella pregunta. Fache emitió uno de sus gruñidos. —Veo que se toma su tiempo. El capitán miró el punto rojo de la pantalla por encima del hombro de Collet, que notaba perfectamente que su superior tramaba algo, aunque en realidad Fache estaba reprimiendo sus ganas de ir a ver qué hacía el sospechoso. 

Porque lo ideal era que el individuo sometido a vigilancia se sintiera lo más libre posible, que tuviera una falsa sensación de seguridad. Langdon debía volver, por tanto, cuando quisiera. Pero aun así ya habían pasado diez minutos. 


«Demasiado tiempo.» —¿Hay alguna posibilidad de que Langdon se haya dado cuenta de que lo estamos vigilando? Collet negó con la cabeza. —Aún se detectan pequeños movimientos en el interior del servicio, por lo que el GPS sigue obviamente dentro del bolsillo.

A lo mejor se encuentra mal. Si hubiera encontrado el dispositivo, lo habría tirado y habría intentado escapar. Fache consultó la hora. —Está bien. De todos modos, el capitán parecía preocupado. Durante toda la noche, Collet había detectado un nerviosismo en él que no era nada normal. 

Habitualmente, en situaciones de presión, se mostraba frío y distante, pero aquella noche parecía haber una implicación más emocional en su manera de actuar, como si se tratara de un asunto personal. «No me extraña —pensó Collet—. 

Fache necesita desesperadamente detener a alguien.» Hacía poco, el Consejo de Ministros y los medios de comunicación habían empezado a cuestionar de manera más abierta sus tácticas agresivas.


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